La
serie de obras que forman parte de este proyecto expositivo que se presenta en
la Sala 27 del Centro Cultural Borges es el fruto de la estancia en diferentes
ciudades en el curso de los últimos dos años, entre Buenos Aires, y algunos
países de América Latina y Europa, en donde descubrí- en el accionar de un
caminante que entiende al viaje como un ejercicio de autodescubrimiento- las
infinitas posibilidades plásticas que se abrían en la contemplación de los elementos
formales, tanto de la Naturaleza como de las urbes.
Muros,
paredes, huecos, grietas y fisuras en portales, columnas, ventanas y techos,
calles y cielos, bajo una mirada curiosa y estética, se convirtieron en
impulsos y motivos para la creación abstracta, que es el estilo que profeso
desde que me inicié en la pintura. Todo un conjunto de formas que se
desplegaban como bocetos abstractos prestos a ser plasmados en la materia.
Descubrí, así, que la inspiración que lleva a la creación de una imagen puede
nacer de un estímulo visual, de una emoción, quizás de un sonido que transporta
a una sensación determinada y también de los elementos que nutren la
imaginación, hasta los más sencillos o inopinados: una mancha de humedad, una
raspadura que deja ver ladrillos y maderas descompuestas en insondables tonos
de siena tostada, en las pinturas ajadas
de las paredes que se resisten a ser cubiertas una y otra vez con el blanco
mortal, y desnudan resquicios e intersticios por donde se cuela el arco iris.
En
este sentido el proceso vital es el motor fundamental de las ideas, y en el
caso del pintor o artista visual, su sensibilidad para transformar en imágenes
lo que percibe en la vida diaria, en el mundo concreto o en su mundo
espiritual. La inspiración se me figura un estímulo que impulsa al trabajo y a
la acción y que es requisito para crear. Me atrae, sobre todo, el trabajo de
desgaste y depuración que la propia naturaleza (o lo que de ella queda en el
embate contra la urbe contemporánea altamente contaminada por la acción
destructora del hombre) deja sobre los pilares de la ciudad. La infinita acción
de la lluvia y el óxido sobre los muros; las placas superpuestas de empastes,
grafitis, lenguajes crípticos, y colores que se resisten a morir, se entrelazan
con formas rígidas y geométricas, en una danza de ritmos acelerados. Trabajo de
capas sobre capas en donde raspo la materia quizás buscando el origen perdido o
la esencias de las formas. La ciudad en
la pintura, me remite a ciertos pasajes donde se cuelan los entresijos de la
vida urbana, de ciudades reales o también imaginarias: las calles, las
ventanas, los túneles, los pasajes, los territorios de tránsito donde se
combinan diferentes épocas que dan identidad multiforme a la vida urbana. Títulos
tales como “Muros”, “Cruce de caminos”, “Tramas urbanas” y “Guía de viajero”,
van encaminados hacia ese horizonte.
En el
nudo de mi oficio como pintor considero que se hay una vector conductor, una
especie de idea directriz: creo que existen innúmeras posibilidades de crear
pero a partir de un conjunto definido de elementos que ya existen. Ello guía la
labor de los collages, a modo de
ejemplo, donde se me figura la creación artística como un re-ordenar materiales
para lograr formas nuevas. Crear es re-crear; dar valor; reciclar. De ahí la
enorme atracción que ejerce el papel artesanal, que aún deja ver impresiones de
la vida natural: huellas, rastros y restos de lo que otrora fue una flor, una
rama, un hoja; un árbol caído.
Algo
de ello, trato de transmitir en collages
como “Progresión de simientes” y “Semilla/tallos/ramas”, de formas orgánicas
redondas, ancladas en una atmosfera de tonos rojos, azul celestes y amarillos,
que juegan con la idea de la difusión de contornos, la superación y entramado
de límites que nunca son del todo definidos.
Mis
patrones de trabajo apuntan a las capas; los empastes, la superposición de texturas,
en el marco general de fondos monocromos o de dos o tres colores contrastantes;
abundan los elementos geométricos más bien atenuados por las capas; la
abstracción más o menos formal es el lenguaje con el que me identifico.
René
Berger en su obra El conocimiento de la
pintura afirma: “ante un muro desnudo, después de haber apreciado su
extensión, el ojo permanece inerte. Pero si se rompe con huecos dispuestos a
intervalos regulares, se despierta la atención” *.
Las
atmosferas que deseo crear van en dirección a esa atención de la que habla
Berger; de aquellos espectadores inquisitivos; los que se acercan demasiado al
cuadro y -a veces superan las líneas blancas del suelo- para observar la
factura de la obra; a preguntarse sobre mi oficio, a entender qué hay detrás de
cada imagen creada; a imaginar mis manos manchadas de pigmentos, tratando de
recrear una particular manera de ver el mundo.
*Berger,
René. El conocimiento de la pintura, Aproximación
al ritmo, p. 10. Editorial Noguer, Barcelona, 1976
Ezequiel
Barakat, Buenos Aires, junio de 2017.