
La puerta de salida.
Y perdió el alma. La descuidó. La dejo ir. Dejo la puerta abierta. Nadie sabe que pasó, como fue, porque sucedió. Las voces de alerta empezaron a sonar cada vez con mayor intensidad. Primero, la mirada. Se puso turbia. Se fue apagando, digamos, como esas bombillas que están a media fase. De a poquito. Sin escenas trágicas, sin cegueras terribles. Luego, la voz. Se tornó seca, oscura, abismal, diría. Venía de un lugar donde seguramente no brillaba el sol. Y finalmente, las palabras. Eso fue lo peor, fue la debacle, la catástrofe: perdieron el significado. Eran puros vacíos, puros huecos, pura nada. Ahora le queda sólo el cuerpo y los recuerdos.
©Ezequiel Barakat
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